El fosgeno: la química oscura de la Primera Guerra Mundial
Escrito por Quimitube el 29 enero
Le he dado muchas vueltas al título de esta entrada y he optado finalmente por dejar el que elegí en un principio, claro y descriptivo. No obstante, lo he borrado y reescrito varias veces, y ha estado a punto de titularse “El apretón de manos que Rutherford le negó a Haber”. Así que allá por el final de la entrada, conoceréis la respuesta a esta pregunta de carácter novelesco: “¿Por qué Ernest Rutherford, premio Nobel de Química de 1908, le negó en 1933 el saludo al químico alemán (y judío) Fritz Haber, premio Nobel de Química de 1918?”.
Pero antes de pasar a responder dicha cuestión, vamos a adentrarnos en la que seguramente sea la parte más oscura y vergonzosa de la química. Aunque la Química es una ciencia esencial («la ciencia central», la llamó Brown), implicada en todos y cada uno de los avances de la Humanidad, desde la tecnología y los viajes espaciales hasta la alimentación, la salubridad de las masas de agua o la descontaminación, en demasiadas ocasiones el hombre la ha usado para atentar contra el hombre (y de paso, crearle una mala fama a esta rama científica que de ningún modo merece). Es lo que se llaman “armas químicas”.
El descubrimiento del potencial destructor de los compuestos químicos se remonta a muchos siglos atrás, aunque es a principios del siglo XX, con la Primera Guerra Mundial, cuando alcanza cotas devastadoras. Durante esta guerra se utilizaron principalmente tres agentes químicos letales: el cloro, el fosgeno y el gas mostaza; causaron en torno al 3% del total de muertes de la contienda (puede no parecer mucho un 3%, pero si hablamos en cifras absolutas son unas 300.000 muertes, más que considerables); se calcula que fue el fosgeno el que mayor número de muertes causó. Y además de las muertes está la incapacidad; los efectos de las armas químicas eran muy temidos entre los soldados, ya que dejaron aproximadamente 1.200.000 heridos que sufrieron sus efectos de forma crónica (tal vez no te matara, pero te dejaba enfermo para el resto de tu vida).
El fosgeno es un compuesto formado por oxígeno, carbono y cloro cuya estructura es la siguiente:
A temperatura ambiente es un gas incoloro y no inflamable con un olor similar al de la hierba recién cortada. Puede aparecer en pequeñas cantidades como consecuencia de la degradación de algunos compuestos clorados, pero en general se trata de una sustancia sintética, producida para la elaboración posterior de gran cantidad de productos industriales, como plaguicidas, medicamentos, tinturas o polímeros.
Es una sustancia química extremadamente peligrosa. Tal vez hayáis oído hablar en más de una ocasión del potencial tóxico del cloro gaseoso, Cl2. Pues bien, el fosgeno es un agente letal mucho más mortífero que el cloro. Se trata de un agente pulmonar que daña el sistema respiratorio de forma irreparable y puede producir la muerte por asfixia de forma inmediata. Por esto, aunque los alemanes empezaron utilizando cloro como arma química al inicio de la Primera Guerra Mundial, pronto lo perfeccionaron y empezaron a añadir el fosgeno con fines bélicos.
La primera vez que se liberó fosgeno fue en la batalla de Ypres, Bélgica, el 19 de diciembre de 1915, en la que liberaron cargas de gas envasadas en cilindros que contenían una mezcla de cloro y de fosgeno, aumentando el potencial letal del cloro. Este lanzamiento causó 1069 bajas y 120 muertes en las tropas británicas.
Si el fosgeno tiene alguna “ventaja”, es que no es un compuesto persistente en el ambiente, lo cual restaba efectividad a su uso como arma química, ya que su uso mediante dispersión atmosférica y el efecto de los fenómenos meteorológicos hacían que su impacto real fuese inferior a su impacto potencial. Así, esta forma de atacar al enemigo, dispersando el agente a través del viento, era poco precisa y por suerte, bastante ineficiente (si consideramos como «eficiencia» la causa de bajas, lo cual es, obviamente, bastante discutible).
Después de esta dispersión a través del aire usando cilindros, se diseñaron nuevos sistemas independientes del viento y con mayor capacidad de alcance, como lanzarlo dentro de proyectiles de artillería. Esto fue especialmente dañino, ya que los proyectiles caían con un ruido sordo en lugar de explotar, y por este motivo los soldados creían que eran proyectiles explosivos o de fragmentación estropeados, y no detectaban el gas ni tomaban precauciones frente a él antes de que éste hiciese su efecto.
Es evidente que tras el perfeccionamiento del potencial letal del cloro debía haber un químico que pusiese sus conocimientos al servicio de las armas químicas. Este químico fue Fritz Haber, quien se ganó el lamentable sobrenombre del “padre de la guerra química” por su trabajo de desarrollo de compuestos tóxicos durante la Primera Guerra Mundial. No obstante, cabe decir que no fue Haber el único Premio Nobel de Química de la Primera Guerra Mundial. El bando aliado contaba con su propio químico ilustre poniendo su mente al servicio del horror, Victor Grignard, Premio Nobel de Química en 1912.
El uso de la química para ejercer la muerte es un tema sobre el que hay mucho que decir y sobre el que volveremos más adelante en otras entradas. Quizá Haber fue el precursor y por ello fue el más criticado en la época por esto, pero es cierto que muchos otros le siguieron. Él se defendió de las acusaciones alegando que la muerte era la muerte, por cualquier medio que se infligiera, y afirmó que «en tiempo de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempo de guerra pertenece a su país». Pues, irónicamente, parece ser que su propio país, al que tanto amaba y defendía, le devolvió parte del daño causado más adelante, cuando con la llegada al poder de Hitler en 1933 acabó marchándose por su pertenencia a la comunidad judía. Y fue un gas desarrollado por el instituto que él dirigió, el Zyclon B, el que se utilizó durante el Holocausto en las cámaras de gas de campos de concentración como Auschwitz y donde murieron algunos de sus familiares (no directos). Fue ese año, en 1933, y en Inglaterra, cuando Ernest Rutherford se negó a estrecharle la mano a Fritz Haber por su implicación en el desarrollo de armas químicas durante la Primera Guerra Mundial.
Más información:
Gas venenoso durante la Primera Guerra Mundial
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Lo Mejor de la Semana (26 de enero-1 de febrero) | Hablando de Ciencia | Artículos, 10 Años Antes
Muy buen artículo y a la vez abrumador. Los mejores avances científicos se han hecho en tiempos de guerra.. Y eso es una lastima, porque mucha gente ha tenido que morir, muchas veces de forma penosa, para que la tecnología avance.
Astrid, 10 Años Antes
Es cierto, a mí me causan mucha tristeza este tipo de historias de la ciencia, pero hay muchísimas. Por suerte creo que otros científicos han aportado grandes cosas en tiempos de paz, aunque quizá sean menos notorios. Por ejemplo Sanger, o Pauling (que ganó el Nobel de Química y el de la Paz), a quienes admiro. Un saludo grande.
QuimiTube, 10 Años Antes